Un poco de exposición. Me estaba dando una ducha para irme a la cama limpio. Durante susodicha ducha pensé en el día de trabajo que me espera mañana. Básicamente un día de trabajo completo, saliendo a las 10 de la noche de la oficina. Esa idea siguió en cascada junto al agua hacia terrenos más teóricos. Me llevo la mente hacia las desigualdades que sufren los que trabajan a un nivel menos especializado. Los obreros, los oficinistas, los campesinos. Todos ellos se verían (no solo en República Dominicana, sino en el mundo) en una mejor condición de vida si no estuvieran atados por varios factores socioeconómicos, uno de ellos lo que de repente me dio con llamar “Mito del Prestigio”.
La idea es más o menos sencilla. La persona promedio rechaza la noción básica de lo que es un modelo socialista/comunista. Aparte de las razones de adoctrinación ideológica, se les suma el hecho de que el individuo ve como injusto dar un mismo status social a personas de diferentes antecedentes educativos. En palabras llanas, la clásica frase de “Yo no me voy a fajar a estudiar 6 años de medicina para cobrar lo mismo que un campesino”.
Esa es una idea que me intriga, ya que supone varios argumentos que no me convencen de lleno. Está la idea subyacente de que el esfuerzo intelectual es de alguna manera más intenso y meritorio que el esfuerzo físico y moral. En la comparación anterior (un medico y un campesino) el esfuerzo académico/intelectual del medico generalmente se ve como superior, ignorando que durante ese mismo tiempo el campesino no solo hacia el esfuerzo físico de su labor diaria, sino el esfuerzo moral de mantenerse en el campo cumpliendo su trabajo en vez de buscar fortuna en algún otro medio.
Mientras el uno salva cientos vidas, el otro da de comer a miles. No trato de insinuar que perseguir una educación superior sea malo (todo lo contrario, es un esfuerzo encomiable), lo que trato de decir es que al final del día ambos son igualmente importantes en el entretejido de una sociedad humana avanzada. Al punto que llego es que esta superioridad, este prestigio asociado a las labores especializadas hace más daño que bien.
Esto es bastante difícil de eliminar, más en una nación como la nuestra, en la cual los títulos; sean educativos, militares u honoríficos, son preponderantes. ¿Será acaso posible eliminar a los “Dr.”, “Ing.”, “Col” y “Sen.” del frente de los nombres de las personas? ¿Permitirá acaso un diputado, o un general, que se le llame como a cualquier otro?
No me engaño, lo dudo mucho. Pero es mi artículo y me puedo permitir fantasear. Eliminar los títulos del frente de cada quien. Dar igualdad de tributo al obrero y al ingeniero. Ir más allá. Eliminar la creación de “profesionales” en las instituciones educativas. Dar mejor un énfasis en la formación de personas, todas iguales en calidad de formación y respeto hacia en humano. Dejar la noción tonta del prestigio del titulo, del diploma, que supone suficiencia y autoridad.
Después de eso cerré la ducha. Me sequé. Corrí, inspirado hacia la computadora. Empecé a escribir.
“El prestigio es un mito. Se que estoy . . .”
“El prestigio es un mito. Se que estoy . . .”