martes, 27 de mayo de 2014

Dr Mayol, o: Como aprendí a dejar de preocuparme y amar el Dembow.

A veces me pregunto por que no me gusta el dembow. Al igual que muchas personas, el solo escuchar dos o tres notas al principio de una canción me llena de un terror sobrenatural y la necesidad de salir corriendo. Honestamente me molesta sobremanera ver muchachas de entre 7 y 65 años  desgüabinandose el alma dando golpes de barriga mientras un pendejo con los pantalones debajo de la nalga repite palabras ad nauseum. El problema es que no veo en verdad porque me molesta. A mi más o menos me gusta el reggaeton, el metal y un sinnúmero de otros géneros igual o más estrambóticos. Intentaré, en este artículo, desentrañar la razón de tal inconmensurable odio.

Creo que, aunque lo desprecio, un acercamiento académico puede ayudar. Mi conocimiento musical no es la gran cosa, así que simplemente haré una comparación entre canciones dentro de algunas categorías. Intenten, en contra de sus mejores instintos, escuchar cada canción utilizada de ejemplo.

La primera queja en contra del dembow es su alto contenido sensual y sexual. Las letras, videos y estilo de vida en general encontrados en una pieza musical de este género sudan sexualidad implícita. Esta argumento en contra, el cual creo es el mayor de todos, es el más fácil de desestimar. Obvio, es muy sexual el dembow. El problema es que letras o bailes sexualmente implícitos o explícitos son tan comunes en todos los géneros que es difícil acusar al dembow de crear algún nuevo estándar de putificación humana. Tampoco es un fenómeno moderno, ni siquiera al nivel local. Por ejemplo:


 O, si prefieren algo más antiguo:


 O si es posible, algo local:


 El primer ejemplo me gusta por lo directo de su mensaje: Noelia quiere, a falta de un mejor término, que la claven. Con un pene. Repetidas veces en la misma canción. Mi verso favorito es “Me gusta esperarte cuando tu me asechas, con toda mi piel y la pasión abierta, hasta que la flecha esté dentro de mi”. El arreglo musical hace un encomiable trabajo de esconder tales vagabunderías, pero el significado queda abierto al que escucha con el mínimo detenimiento. Celebro el hecho de una franca y saludable sexualidad femenina, pero ese no es el punto de este ensayo. El punto es dejar entender que no es nada nuevo ni nada grande que mencionen nalgas en un dembow cuando ya hemos pasado por los flechazos vaginales de algunos artistas pop.

El segundo ejemplo es la canción favorita de mi madre de cuando ella era una joven muchacha. Mi madre tiene 55 años y me explica que los golpes de barriga de Sandro eran el non plus ultra de la sexualidad latina en su época. Para quien no se lleve el significado de versos como “Dame tu surco y dame vida”, este significa que el desea que la joven le entregue su vagina. Me gusta utilizar este ejemplo también porque el video deja bastante claro que calentarse con los giros pélvicos de un artista u otro no es nada nuevo. Si tienes entre 22 y 40 años, lo más posible es que la primera lubricación de tu madre se la causara este señor. Es más, encuentro que es un paso hacia atrás el hecho de que hoy en día este tipo de popularidad (la del artista que gusta principalmente por su habilidad para erotizar todo lo que hace), es casi exclusiva a féminas diseñadas para atraer los instintos bajos de consumidores masculinos. Los únicos artistas hombres que se dedican al erotismo para consumo femenino trabajan para la Corporación Disney y no son parte del enfoque de este ensayo.

El tercer ejemplo lo hago por dos razones. La primera es que en verdad me encanta Blas Duran y todas sus obscenas y vulgares letras de antaño. La segunda es para que vean cuantos dominicanos jóvenes adultos de 1993 estaban aplaudiendo al buen Blas mientras le dice a su público femenino que todas tienen un buen toto. Eso fue hace 21 años. El lector de blog promedio tiene más o menos esa edad. Si piensan que lo que les quiero decir es que su madre y padre los hicieron a ustedes después de oír “El Conejo de la Vecina” y haberse bajado un Macorix, tienen toda la razón.

Ahora, es posible que me digas: “Pero Roberto, mis padres no son de Guachupita, son de Piantini. La última vez que se oyó a Blas Duran por aquí fue cuando paso un frutero en 1995. Además, lo que me disgusta son las constantes referencias a drogas y abuso”.

Muy bien, tus padres te hicieron escuchando “What is Love” en el asiento de atrás de un Caprice Classic, no hay problema. Las referencias a consumo de sustancias, por otra parte, podríamos clasificarlas como imperdonables. En nuestra sociedad infestada de consumo y abuso, promover un estilo de vida disoluto puede considerarse casi un crimen. Además, la música dominicana nunca hablaba antes de consumo de alcohol o drogas.






O es posible que sí. Claro, el enfoque es diferente, pero hablar de beber romo es una afición de siglos en nuestras tierras. La apertura a un mercado de consumo de drogas hace que la gente cante de romo y drogas, no tiene nada de arcano ni misterioso. Al igual que antes de hablaba de sentarse a botar las penas de la lúgubre vida dominicana de los ochenta o a “tirar el peso pa’rriba”, la música popular dominicana de hoy en día invita a lo mismo, pero a través del lente de una juventud defraudada y mal educada. Mal educada no porque sean odiosos, sino porque literalmente han sido educados en un sistema risible y dominado por una cultura de abandono.

El tercer punto a discutirse es la falta de “música” en la música del dembow. El repetitivo ritmo, taladrando tus sentidos una y otra vez. Bueno, culpen a estos señores:





Esta pista paso de Jamaica a Panamá, a Puerto Rico y a República Dominicana y su abuso ha sido causa del tormento de millones de personas en los últimos 25 años. Claro esto no significa que la repetición sea algo negativo:



Lo que quiero decir es que el problema del dembow no es tanto la repetición, sino una falta de valor de producción que repele al oído acostumbrado a producciones millonarias en estudios del exterior. A falta de unas líricas de valor o un despliegue musical de calidad, tenemos que enfocarnos en la subcultura visual que se nos presenta. Igual que a mi abuelo no le gustaba que mis tíos tuvieran pelo largo o mi mama minifalda, a la gente “normal” no le gusta ver personas en su disfraz de preferencia.

Entonces, lo más posible es que no sea la sexualidad, ni las letras poco meritorias ni la falta de verdadera música. Es posible que sea una simple combinación de todos estos factores. Es posible que simplemente nos estemos poniendo viejos y no entendemos como a alguien le puede gustar un pendejo que se ve así:



O un cuero que se ve así:



Mas recuerda, que a tu madre le gustaba un ‘pendejo’ que se veía así:



Y a tu padre un ‘cuero’ así: