Tengo meses viviendo en la burbuja y admito
que he sido feliz en ella.
La burbuja es aquel estado en el cual te
rodeas solo de las noticias que quieres escuchar. No es el acto de selección
inconsciente de información, que todos los seres humanos necesitan para
sobrevivir. Es el acto consciente de exclusión de temas sociales y humanos en
tu entorno, para una mayor comodidad y paz mental.
Admito que la burbuja es bella, es cálida y
te libera de preocupaciones. Ha sido un respiro estar en ella. ¡Y bien lo tengo
merecido! Mi excusa no puede ser mejor. Estoy recién casado, y voy a ser padre.
Entre preparaciones de boda, mudanzas y nupcias, no me ha dado tiempo para nada
más que vivir conmigo mismo y mi sagrada esposa, a salvo del universo en una
burbuja de nuestra propia creación.
La burbuja es bella, es cálida y te libera de preocupaciones.
Pero el espectro del ser humano se agazapa
sobre mi. Ya intentaron meterse ladrones en mi casa. Ya voy a tener un hijo. ¡Un
hijo! Un hijo que se merece no solo que yo le de una vida buena, sino una vida
llena. Llena de amor, obvio, pero también llena de mi tiempo, llena de opciones
y llena de responsabilidades.
¿Qué opciones le puedo dar aquí? ¿Qué
responsabilidades puede aprender? ¿Seguiré en mi burbuja mientras las hormigas
macondianas se llevan a mi hijo al abismo?
La respuesta es no, claro que no. Pero no
es el ‘no’ de la huida sino el ‘no’ del esfuerzo. Que nadie merezca nacer
jodido no significa que no nazcan, significa desjoder el entorno. Significa que
las masas de jodidos e hijos de jodidos debemos vivir en nuestra realidad,
reconocerla y aspirar a romperla, volverla una realidad nueva.
Significa que, aunque es bella, a
mi burbuja le llega su agujita.
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