Aquí en la periferia, mi computadora es
vieja y mis dedos teclean sobre teclas desgastadas por el uso. En el centro,
los hechos las noticias ocurren a velocidades imposibles de seguir, infinitos
medios informativos llegando directo a la palma de tu mano. En la periferia
leemos el periódico, el cual siempre parece decir lo mismo, día tras día. Estoy
seguro que es así en toda la periferia, del otro lado del mundo y en cada
esquina del globo. De seguro en Bangladesh también sale en el periódico una
noticia relacionando el apartamento de un político con un narcotraficante. De
seguro en Rwanda sale semanal la versión local del Cardenal abogando contra la
criminalidad y la inmoralidad.
De seguro está detenido el tiempo en el
resto de la periferia, al igual que aquí, donde los sucesos se repiten uno
arriba del otro sin la más mínima respuesta.
En el centro todo ocurre y todo cambia y
todo pasa antes de que haya pasado. En el centro ya Venezuela se lanzo a la
guerra y los bonos de Puerto Rico son basura. La verdad es múltiple y digital e
imparable y mis sentidos de vil periférico solo pueden quedar inundados.
Conozco solo la verdad que me vende Facebook y los tristes aullidos de algún
twitero.
Las revoluciones y guerras se agarran de la
mano de descuentos de Amazon y me confundo y nada reconozco como cierto. ¿Y en
Dominicana qué? ¿Pasa algo en nuestro paraíso/infierno? ¿Te permites en tu
abyecto corazón periférico saber algo, salir afuera y ver, sentir o actuar;
rasgar la neblina del cuento? Nunca lo
he/has hecho, pero te prometo que existe, si existe una humanidad ahogada tras
los anuncios de descuento en Ágora Mall, tras los ‘jingles’ de la Sirena.
Estoy en la periferia, tecleo teclas
desgastadas en una computadora lenta, predicando humanismo en la “seguridad” de
mi hogar. En el centro definen, miden, calculan y expulsan, un millón de
expertos e investigadores dictaminando su vida. En la periferia me canso de
escribir para veinte o treinta amigos que hagan caso a mi perorata. En el
centro, divas sacarinosas te obligan a comprar teléfonos y te hacen llorar de
la alegría por ello.
No se si quiero estar en el centro o en la
periferia. No se si en verdad existan tales lugares. Solo se que de este lado
de la tierra, vivir se siente como mirar por una ventana casi cerrada forzando
la vista para reconocer la realidad al otro lado. Ya no es valido hablar de
tercer mundo, porque los mundos son ajenos los unos de los otros. Todo el mundo
se ve, todo el centro está visible ante nuestros desnudos ojos, reluciente,
descargando su desecho en nuestros hogares y haciéndonos odiarnos por no ser
como ellos.
No los odio. Ni siquiera se si son ese
problemático “otro” que tantos filósofos mejores que yo comentan. Lo que se es
que no los envidio. No quiero ser ellos. No quiero mirar de arriba hacia abajo,
con afán de pendejo salvador o comerciante de miseria. No quiero ser gringo británico,
ni gringo francés, ni gringo alemán, y mucho menos gringo gringo. No quiero ser
un descojonado socialdemócrata del trópico o un pensador de élite dominicano.
Creo que seré yo, tecleando teclas
desgastadas en una computadora vieja. Vil y abyecto a veces. Otras tantas
orgulloso hombre. Otras tantas seré como tu.
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