viernes, 21 de febrero de 2014

Viviendo en el vacío temporal de la periferia.

Aquí en la periferia, mi computadora es vieja y mis dedos teclean sobre teclas desgastadas por el uso. En el centro, los hechos las noticias ocurren a velocidades imposibles de seguir, infinitos medios informativos llegando directo a la palma de tu mano. En la periferia leemos el periódico, el cual siempre parece decir lo mismo, día tras día. Estoy seguro que es así en toda la periferia, del otro lado del mundo y en cada esquina del globo. De seguro en Bangladesh también sale en el periódico una noticia relacionando el apartamento de un político con un narcotraficante. De seguro en Rwanda sale semanal la versión local del Cardenal abogando contra la criminalidad y la inmoralidad.

De seguro está detenido el tiempo en el resto de la periferia, al igual que aquí, donde los sucesos se repiten uno arriba del otro sin la más mínima respuesta.

En el centro todo ocurre y todo cambia y todo pasa antes de que haya pasado. En el centro ya Venezuela se lanzo a la guerra y los bonos de Puerto Rico son basura. La verdad es múltiple y digital e imparable y mis sentidos de vil periférico solo pueden quedar inundados. Conozco solo la verdad que me vende Facebook y los tristes aullidos de algún twitero.

Las revoluciones y guerras se agarran de la mano de descuentos de Amazon y me confundo y nada reconozco como cierto. ¿Y en Dominicana qué? ¿Pasa algo en nuestro paraíso/infierno? ¿Te permites en tu abyecto corazón periférico saber algo, salir afuera y ver, sentir o actuar; rasgar la neblina  del cuento? Nunca lo he/has hecho, pero te prometo que existe, si existe una humanidad ahogada tras los anuncios de descuento en Ágora Mall, tras los ‘jingles’ de la Sirena.

Estoy en la periferia, tecleo teclas desgastadas en una computadora lenta, predicando humanismo en la “seguridad” de mi hogar. En el centro definen, miden, calculan y expulsan, un millón de expertos e investigadores dictaminando su vida. En la periferia me canso de escribir para veinte o treinta amigos que hagan caso a mi perorata. En el centro, divas sacarinosas te obligan a comprar teléfonos y te hacen llorar de la alegría por ello.

No se si quiero estar en el centro o en la periferia. No se si en verdad existan tales lugares. Solo se que de este lado de la tierra, vivir se siente como mirar por una ventana casi cerrada forzando la vista para reconocer la realidad al otro lado. Ya no es valido hablar de tercer mundo, porque los mundos son ajenos los unos de los otros. Todo el mundo se ve, todo el centro está visible ante nuestros desnudos ojos, reluciente, descargando su desecho en nuestros hogares y haciéndonos odiarnos por no ser como ellos.

No los odio. Ni siquiera se si son ese problemático “otro” que tantos filósofos mejores que yo comentan. Lo que se es que no los envidio. No quiero ser ellos. No quiero mirar de arriba hacia abajo, con afán de pendejo salvador o comerciante de miseria. No quiero ser gringo británico, ni gringo francés, ni gringo alemán, y mucho menos gringo gringo. No quiero ser un descojonado socialdemócrata del trópico o un pensador de élite dominicano.


Creo que seré yo, tecleando teclas desgastadas en una computadora vieja. Vil y abyecto a veces. Otras tantas orgulloso hombre. Otras tantas seré como tu.

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