Yo no pretendía escribir nada este 27 de
febrero. Salí de mi casa a mi trabajo, feliz de que al menos hoy no habría tapón
en la ciudad, animado de que al menos me pagarían doble la jornada. Charlaba de
manera amena con mi esposa acerca de alguna pendejada sin importancia. En ese
momento llegamos a la esquina de la John F. Kennedy con Abraham Lincoln. Ahí,
entre ambos presidentes asesinados vi un anuncio muy interesante. Una valla de
una marca de whiskey bastante reconocida, con su logotipo y lema situados debajo
de una frase que me dejo bastante perplejo.
“De colonia a republica” leía el anuncio, seguido del lema de la
famosa marca de bebida alcohólica.
Lo siento, pero ese tipo de cosas son las
que me hacen ‘irme en una’ como dice el argot popular. Santo domingo español no
era una colonia, era una provincia de Haití. Aun si se estuviera hablando de la
colonia española, no se celebra el 27 de febrero ningún tipo de separación de
los españoles. Este tipo de revisionismo histórico no solo muestra una falta de
respeto a la historia sino un síntoma más grave a nivel de lo que llamamos
nacionalismo.
¿Cuáles son los verdaderos símbolos de esta
“nación independiente”? ¿Nuestro nacionalismo es acaso igual que el
nacionalismo gringo, una excusa para mover productos en el mercado? El
nacionalismo es, en mi opinión, una burla de las clases gobernantes a las
clases trabajadoras de todo el planeta. Pero, al menos, el nacionalismo en gran
parte del planeta se sustenta en la tradición, en ensalzar la cultura de tu
espacio geográfico como mejor que las demás. Se trata de glorificar lo tuyo y
los tuyos. De enseñar a las generaciones futuras la historia (real o falsa) de
tu nación.
Aquí (como en Estados Unidos, para que no
crean que acuso en el singular) el nacionalismo es comprar cerveza y comprar
whiskey escocés y comprar espagueti. Aquí el nacionalismo es desempolvar un
merengue de algún merenguero que ya no puede vivir de su música porque solo se
escucha en días patrios. Aquí el nacionalismo es venderte a un Duarte o a un
Mella o a un Sánchez que tan solo son frases prefabricadas en alguna oficina
del estado.
Es tan flácido, tan putrefacto el
nacionalismo dominicano que ni las leyendas patrias son proclamadas. La
historia nacional, la versión oficial tanto como la real, yace olvidada como un
muerto ajeno. Una cosa es que los españoles enseñen que ellos no mataron a los
indígenas americanos, o que los japoneses y alemanes den tintes rosados a su
historia de mediados del siglo 20. El sistema educativo dominicano ya ni se molesta
en mentirles a sus estudiantes. Retratos mal dibujados de Duarte acompañan
aforismos debiluchos y pseudo intelectuales en los libros de texto.
Beberse una cerveza hecha en el país no te
hace dominicano. Ponerle la bandera nacional en el culo a una mujer nalgona no
te hace dominicano. Si lo que más te hace de un lugar es hacer lo que más se
hace en ese lugar, lo mas dominicano es pasar trabajo y luchar por tu familia.
Pasar trabajo y luchar por los tuyos es de dominicanos, de puertorriqueños, de
chinos, de egipcios, y de eslovenos. Es de todos.
Manda al falso nacionalismo al carajo.
Beber cerveza y whiskey escocés se hace en todas partes.
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