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domingo, 30 de septiembre de 2012

Rojo, verde y amarillo.


Yo viajo mucho entre el Cibao y el Distrito Nacional, al menos 2 veces al mes. No hay un solo viaje en el cual yo no encuentre algún tipo de accidente en el camino. No me refiero a golpecitos ni rayones de pintura. Me refiero a choques. Dos vehículos destruidos, personas heridas y muertas. Esto, aun siendo terrible, se le podría tachar adjudicar al hecho de que es una vía enormemente transitada y en mal estado. Pero, claro, el desastre no termina ahí. Entro en las ciudades del interior y los accidentes entre motocicletas, pasolas y carros son constantes. De vuelta en la capital, al manejo temerario del interior se suma la imposible logística de cientos de miles de vehículos en una ciudad diseñada para unos pocos miles. Lo que quiero decir es que es un desorden total y masivo.

¿Qué separa a una sociedad organizada de una desorganizada? Es fácil decir que el factor principal es el arrojo hacia el caos. El amor a una libertad salvaje y primitiva. Pero eso, además de ser una manera anticuada de pensar, es mentira. No somos (para bien o para mal) una nación de gavilleros. Simplemente, yo no creo que aquí haya caos.

En Republica Dominicana domina la ley. Una ley a veces férrea y dracónica, Una ley que puede en ocasiones no estar escrita. Por ejemplo, todos saben que los militares tienen carta blanca para actuar como plazcan en el país. Nadie dice lo contrario. No está escrito en ningún lado, mas nadie lo duda. Sea un dueño de empresa y deje de pagar TSS o atrásese con los anticipos (o cualquier otro de la infinidad de impuestos que existen) para que vea como rápidamente lo clausuran. Quéjese a nivel mediático de cualquier institución nacional para que vea como la maquinaria estatal lo aplasta. Sea un criminal y deje de pagarle a la policía, para que vea como va preso de inmediato. Esto es ley. Se cumple y se mantiene con regularidad. Los castigos siempre son los mismos. Es la ley de la tiranía, que nada tiene que ver con la justicia de la cual la ley se supone sea sirviente

Así que, no, no creo que haya caos en este país. Porque, sencillamente, el caos implica que lo que sucede es accidental, que lo que nos aqueja no es culpa de nadie, sino de fuerzas aleatorias.

Una de estas leyes es el desorden. Mantener un halo de caos aparente. Dar legitimidad a unos AMET que lo único que hacen es cumplir cuotas. ¿Son los dominicanos malos conductores? Seguro. Pero, ¿no creen entonces que el esfuerzo debería ser enseñarles a manejar en vez de ponerlos a pagar multas? ¿Hay conductores temerarios? Indudablemente. Mas nunca han visto un chofer de carro público o motoconcho preso. ¿Por qué? Por la ley no escrita que los protege.

Los dominicanos, no importa cuanto se digan a si mismos lo contrario, no son gente bruta. Son gente, igual que todo el resto del mundo. No son más locos ni más temerarios que ninguna etnia bajo el sol. Simplemente los convencen de que el desorden es su espacio natural. Pues yo les digo que no. Que no existe ya excusa alguna. Que aun con tantos factores en contra (una ciudad diseñada por dictadores para ser intransitable, AMETs sedientos de bonificaciones, etc.) deben aprender. Aprender a respetar el derecho ajeno en el punto de encuentro más común de todos. 

viernes, 15 de junio de 2012

La face cachée de la République Dominicaine

Acabo de llegar al Cibao, después de un viajecito de casi tres horas manejando desde Santo Domingo. Es un camino arduo para el chofer, lleno de tramos oscuros y un trafico a veces escaso, a veces caótico. Cada kilómetro presenta una cara de la república. Extensiones vacías marcadas por algunos parajes olvidados. El ahogo de la capital dando paso a un Cibao aun sorprendentemente virgen. Este Cibao virgen fue mi hogar 10 años, regalándome su voz, su franqueza y su sencillez; regalos exótico para un niño que llegaba de pasar su años mozos en San Juan de Puerto Rico.

Ese Cibao, esa cara oculta de la República Dominicana, es ahora mi refugio en momentos de duda, es mi bálsamo para calmar la mente. Cada vez que las carreteras pegajosas de Santo Domingo intentan volverme loco, la brisa suave del Cibao me devuelve la verdad a las sienes. Este Cibao, que parece no cambiar nunca, solo maquillar su belleza.

Pero esa eternidad, esa inmutabilidad esconde un pesar.

El Cibao se ve igual porque está igual. Santiago, La Vega, Moca, Puerto Plata, Bonao. Atrapadas en el tiempo. La energía vital tan alocada de Santo Domingo viene invariablemente de la sangre de esta región. El Cibaeño huye de su hogar buscando vida para si y su familia, víctima de una muerte lenta que el capitaleño no percibe. No es su culpa. Le es imposible percibir cualquier cosa cuando su "experiencia nacional" no sobrepasa las fronteras de su ciudad.

Déjeme asegurarles, queridos capitaleños, la tierra que les da comida se desmorona bajo el peso del olvido. La tierra sigue estando ahí. Sus campos están ahí. Pero su gente, su espíritu se desvanece. Estoy sentado en casa de un amigo, una fiesta tocando bachata a lo lejos. Las calles parecen llenas de gente buscando una fiesta para olvidare que de día el trabajo está duro, y que parece nunca aflojará. Buscando circo cuando el pan es escaso.

Claro, su estado se esfuerza en dejarlo atrás. Santo Domingo acapara los recursos del país. El afán eterno de algún iluso de volverla una Nueva York antillana. La cara visible al mundo es una amalgama de gentes, fuerzas y personalidades explosiva, pero lo es a costa de la cara oculta.. El Cibao, para no mencionar el sur y el este, es esta cara oculta. Una cara oculta que gustaría ser recordada en otro momento que no sea en carnaval. Una cara oculta que es algo más que tabaco y mujeres bellas. Una cara oculta que espera la dejen volver a sonreír