miércoles, 12 de septiembre de 2012

Y no se rindió, porque rendirse no existe.

Ayer, un caballero me pidió que, en vez de hablar acerca de aniversarios de dudosa reputación, que utilizara mi tiempo para recordarle al mundo otro aniversario. Corría el 11 de septiembre de 1973 cuando el presidente de los chilenos, Salvador Allende, fue victima de golpe y hecho muerto en su palacio presidencial. Algunos dicen “sui”, otros “homi”, pero lo que es cierto es que el “cidio” de don Salvador ocurrió, marcando a una América que aun no está convencida de lo que el poder llega a hacer para mantenerse.

El ataque a la Moneda es una de esas manchas que sobresale en nuestra historia continental. Es tan grosero, una bofetada en la cara de un pueblo chileno que era cada vez más y más peligroso al frágil status quo occidental. “¿Gente buena y socialista? ¡Nunca!

Eso es bastante obvio. No hay nadie al sur del río Bravo que diga con sensatez que esos años de Pinochet le hicieron bien al mundo o a los chilenos. No, no es por ahí que voy, ya todos sabemos que es el bien y el mal en este contexto. Lo que me pregunto es si, hoy por hoy, es relevante la discusión.

¿Es relevante Salvador Allende?

Lo pregunto porque, aunque es un signo indeleble de una América en revolución, sus ideales han sido transformados de tal manera que ese socialismo del 73 no es más que un recuerdo amargo en el 2012. Esa representación de la América unida bajo el estandarte del obrero y el hombre educado unidos contra el yugo imperialista ha sido erosionada por un neo-capitalismo forzoso y democracias debiluchas ante la injerencia extranjera.

Además, es una situación ajena a nosotros, en tiempo y espacio. ¿Qué nos debe importar a nosotros los dominicanos del siglo XXI lo que pasara en Chile hace cuarenta años? Este es un mundo donde el socialismo es una leyenda sementera para el público en general. No entiendo como dar valor a algo que reconozco es trascendente, pero temo sea inconsecuente en el hoy. Entonces, de repente, es que me quedo callado un momento en el silencio de mi celda.

Y recuerdo. Recuerdo las últimas palabras de Allende:


Seguramente Radio Magallanes será callada y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa, lo seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos, mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal a la lealtad de los trabajadores. 

El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse. 

Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor. 

¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores! 

Éstas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.


“El pueblo debe defenderse pero no sacrificarse. El Pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco debe humillarse”. En estas líneas, lanzadas ya en el momento más crítico de su vida, Allende me recuerda por qué no debo olvidarlo. Su mensaje no es uno de lucha ideológica. Su mensaje es uno que llega a los cimientos de la necesidad humana. Es un mensaje de dignidad. De autodeterminación para un pueblo al cual le robaban en segundos todo lo que había logrado en décadas. Es el mensaje de un hombre que elige morir, no por la gloria ni por el martirio, sino porque es una ultima lección. Una última muestra de amor por su gente.

En nuestro mundo de ideologías muertas y monedas infladas, Salvador se define como un referente de responsabilidad y dignidad humana. Es aplicable desde la América aun vasalla hasta el África primaveral. Su calmada decisión frente a una situación imposible nos debe inspirar a pelear. No a pelear por las ideas, ni por los grupos. A pelear por toda la gente. A apelar no a la violencia sino a la templanza y el esfuerzo. A rendir tributo a la justicia y no al poder. A amar antes de querer vivir.

Salvador amaba, y eso le dio fuerza. Murió lanzando una acusación eterna contra la vorágine del poder. Y no se rindió, porque cuando se ama, rendirse no existe.

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