sábado, 11 de agosto de 2012

De salamis asesinos y corredores angelicales.


Yo veo muy poca televisión. Últimamente me limito a ver deportes y noticias. Los deportes me gustan. Simples. Derrota o victoria, participación y competición reglamentada. Su atractivo es evidente. Las noticias me fuerzo a verlas. No porque me guste saber lo que sucede (al igual que la mayoría, mi primer instinto es ignorar), sino porque es necesario. Nuestras noticias, en particular, son un interesante caldo, mixto y denso. Imposible a veces saber que es carne y que es piltrafa.

Me enfoco en esto porque es tan interesante ver como se nos lanzan tantos datos y hechos noticiosos. Nos los dan en un vacío, si es que nos los dan. Llegan y desaparecen con una velocidad y una fuerza que parecería que no quisieran que los podamos recordar. Uno debe concentrarse y filtrar. Mi problema estriba en que existen casos en los cuales ninguna opción es satisfactoria.

Los programas noticiosos, al igual que los periódicos, hacen gala del sinnúmero de obras inauguradas en estos últimos 60 días de presidencia. No solo esto, sino que nos recuerdan de manera risueña que esto ha sido así durante los últimos 8 años. De que existen las obras existen. Eso no es problema. Lo que me confunde es el hecho de que la mera presencia de estas obras trae a la luz las faltas que tenemos.

Ejemplo. Los cañeros, ancianos e incapacitados. Rogando por una mísera pensión con la cual morir en paz. Si las obras del estado son en verdad tan extensas –billones de pesos en inversión- esto significan que se ha preferido dar cemento en vez de bienestar a cientos o miles de dominicanos y haitianos; hombres y mujeres que han entregado una vida entera al trabajo. Si es mentira la extensión de las obras, si no están tan completas o no funcionan como se ha promocionado, entonces el sacrificio de estas pobres personas es para un espejismo cruel y vulgar. La mera existencia de “inversiones millonarias” en cosas cuando existen personas que sufren da una rabia que saca lagrimas de cualquier ojo.

Y todo esto queda arrastrado por la última noticia. Y esta por la ultima, y así sucesivamente hasta la tumba. Cada nueva historia asesina a la anterior. Olvídate de los pobres, enfermos y paralíticos, el pollo cuesta caro. Pero es irrelevante porque el salami es venenoso. Pero nada de eso importa porque Félix Sánchez obtuvo oro y todo en el mundo nos pertenece durante esos 47 segundos.

Habrá que detenerse un momento y enlazar todas estas cosas. Preguntarnos cómo sucede todo esto. No es simplemente dudar de todo lo que oyes. Es también rescatar esa verdad que une los hechos. Es obligarse a saber. No porque te guste, a nadie le gusta. Es porque al final de todo, vivirás mejor sin descanso que con los ojos cerrados.

Entrecortado


Escribir se me hace difícil. Toda expresión, incluida la verbal, a veces me es tan complicada que pierdo hasta mis propias ideas en el afán de decir algo. Me siento mudo. Me entristece esto, pues vivo en un mundo (un continente, un país, una ciudad) en el que tenemos el deber de hablar, y siento no estar a la altura del momento. Pasa tanto a nuestro alrededor, cosas que merecen ser mencionadas a gritos. Mi voz se vuelve un hilillo envuelta por cada suceso consecutivo.

En el momento de mayor debilidad, en el segundo en que menos me quiero, me llega una idea a la cabeza. No es por mí que lo debo hacer. Claro que tengo miedo al rechazo. Me aterroriza que no me valoren. Pero eso, al final, es irrelevante. El mundo es mundo, y siempre hay quien necesita. Es posible que mi voz sea la que cambie una manera de pensar. Es posible que salve una vida  La posibilidad de hacer el bien se deba sobreponer ante cualquier temor.

Entonces, no debo seguir guardando silencio. Ni tu tampoco. Tenemos que hablar. Hablar mal, hablar bien, tenemos que decirles a los demás y a nosotros mismos que pasa algo a nuestro alrededor. Que la vida es cada vez más pequeña. Que tienes miedo de estar vivo, casi tanto como de estar muerto. Que tu abuelo cortó caña toda su vida y esta muriendo. Que te da pena negarles tanto a tus hijos por falta de sueldo.

Estoy de acuerdo con hablar con gracia y verbo. El problema es que no todos lo tenemos. Algunos no conocemos las palabras. Otros las olvidamos en el momento de la verdad. Por eso no les pido palabras bonitas ni elegantes. Les pido que se desdoblen, que relaten, que observen, y que digan lo que vieron. Les pido que no sigan diciendo que si con la cabeza.

Andrés L. Mateo escribió muy recientemente que la palabra ha sido abusada en nuestro país. Es cierto. Así que, seamos buenos hijos del verbo y cultivémoslo. Nutrámoslo y devolvámosle la fuerza. No lo dejemos moribundo en manos de quienes solo lo utilizan para sus siniestros fines personales. Retomemos la palabra. Saquémosla de la boca de los políticos y los economistas y pongámosla en la nuestra.

Hablen poco a poco y hablen con la verdad. Verán que al final lo diremos todo.