sábado, 11 de agosto de 2012

Entrecortado


Escribir se me hace difícil. Toda expresión, incluida la verbal, a veces me es tan complicada que pierdo hasta mis propias ideas en el afán de decir algo. Me siento mudo. Me entristece esto, pues vivo en un mundo (un continente, un país, una ciudad) en el que tenemos el deber de hablar, y siento no estar a la altura del momento. Pasa tanto a nuestro alrededor, cosas que merecen ser mencionadas a gritos. Mi voz se vuelve un hilillo envuelta por cada suceso consecutivo.

En el momento de mayor debilidad, en el segundo en que menos me quiero, me llega una idea a la cabeza. No es por mí que lo debo hacer. Claro que tengo miedo al rechazo. Me aterroriza que no me valoren. Pero eso, al final, es irrelevante. El mundo es mundo, y siempre hay quien necesita. Es posible que mi voz sea la que cambie una manera de pensar. Es posible que salve una vida  La posibilidad de hacer el bien se deba sobreponer ante cualquier temor.

Entonces, no debo seguir guardando silencio. Ni tu tampoco. Tenemos que hablar. Hablar mal, hablar bien, tenemos que decirles a los demás y a nosotros mismos que pasa algo a nuestro alrededor. Que la vida es cada vez más pequeña. Que tienes miedo de estar vivo, casi tanto como de estar muerto. Que tu abuelo cortó caña toda su vida y esta muriendo. Que te da pena negarles tanto a tus hijos por falta de sueldo.

Estoy de acuerdo con hablar con gracia y verbo. El problema es que no todos lo tenemos. Algunos no conocemos las palabras. Otros las olvidamos en el momento de la verdad. Por eso no les pido palabras bonitas ni elegantes. Les pido que se desdoblen, que relaten, que observen, y que digan lo que vieron. Les pido que no sigan diciendo que si con la cabeza.

Andrés L. Mateo escribió muy recientemente que la palabra ha sido abusada en nuestro país. Es cierto. Así que, seamos buenos hijos del verbo y cultivémoslo. Nutrámoslo y devolvámosle la fuerza. No lo dejemos moribundo en manos de quienes solo lo utilizan para sus siniestros fines personales. Retomemos la palabra. Saquémosla de la boca de los políticos y los economistas y pongámosla en la nuestra.

Hablen poco a poco y hablen con la verdad. Verán que al final lo diremos todo.

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