jueves, 27 de febrero de 2014

Duarte, Black Label y Mella

Yo no pretendía escribir nada este 27 de febrero. Salí de mi casa a mi trabajo, feliz de que al menos hoy no habría tapón en la ciudad, animado de que al menos me pagarían doble la jornada. Charlaba de manera amena con mi esposa acerca de alguna pendejada sin importancia. En ese momento llegamos a la esquina de la John F. Kennedy con Abraham Lincoln. Ahí, entre ambos presidentes asesinados vi un anuncio muy interesante. Una valla de una marca de whiskey bastante reconocida, con su logotipo y lema situados debajo de una frase que me dejo bastante perplejo.

“De colonia a republica”  leía el anuncio, seguido del lema de la famosa marca de bebida alcohólica.

Lo siento, pero ese tipo de cosas son las que me hacen ‘irme en una’ como dice el argot popular. Santo domingo español no era una colonia, era una provincia de Haití. Aun si se estuviera hablando de la colonia española, no se celebra el 27 de febrero ningún tipo de separación de los españoles. Este tipo de revisionismo histórico no solo muestra una falta de respeto a la historia sino un síntoma más grave a nivel de lo que llamamos nacionalismo.

¿Cuáles son los verdaderos símbolos de esta “nación independiente”? ¿Nuestro nacionalismo es acaso igual que el nacionalismo gringo, una excusa para mover productos en el mercado? El nacionalismo es, en mi opinión, una burla de las clases gobernantes a las clases trabajadoras de todo el planeta. Pero, al menos, el nacionalismo en gran parte del planeta se sustenta en la tradición, en ensalzar la cultura de tu espacio geográfico como mejor que las demás. Se trata de glorificar lo tuyo y los tuyos. De enseñar a las generaciones futuras la historia (real o falsa) de tu nación.

Aquí (como en Estados Unidos, para que no crean que acuso en el singular) el nacionalismo es comprar cerveza y comprar whiskey escocés y comprar espagueti. Aquí el nacionalismo es desempolvar un merengue de algún merenguero que ya no puede vivir de su música porque solo se escucha en días patrios. Aquí el nacionalismo es venderte a un Duarte o a un Mella o a un Sánchez que tan solo son frases prefabricadas en alguna oficina del estado.

Es tan flácido, tan putrefacto el nacionalismo dominicano que ni las leyendas patrias son proclamadas. La historia nacional, la versión oficial tanto como la real, yace olvidada como un muerto ajeno. Una cosa es que los españoles enseñen que ellos no mataron a los indígenas americanos, o que los japoneses y alemanes den tintes rosados a su historia de mediados del siglo 20. El sistema educativo dominicano ya ni se molesta en mentirles a sus estudiantes. Retratos mal dibujados de Duarte acompañan aforismos debiluchos y pseudo intelectuales en los libros de texto.

Beberse una cerveza hecha en el país no te hace dominicano. Ponerle la bandera nacional en el culo a una mujer nalgona no te hace dominicano. Si lo que más te hace de un lugar es hacer lo que más se hace en ese lugar, lo mas dominicano es pasar trabajo y luchar por tu familia. Pasar trabajo y luchar por los tuyos es de dominicanos, de puertorriqueños, de chinos, de egipcios, y de eslovenos. Es de todos.


Manda al falso nacionalismo al carajo. Beber cerveza y whiskey escocés se hace en todas partes.

viernes, 21 de febrero de 2014

Viviendo en el vacío temporal de la periferia.

Aquí en la periferia, mi computadora es vieja y mis dedos teclean sobre teclas desgastadas por el uso. En el centro, los hechos las noticias ocurren a velocidades imposibles de seguir, infinitos medios informativos llegando directo a la palma de tu mano. En la periferia leemos el periódico, el cual siempre parece decir lo mismo, día tras día. Estoy seguro que es así en toda la periferia, del otro lado del mundo y en cada esquina del globo. De seguro en Bangladesh también sale en el periódico una noticia relacionando el apartamento de un político con un narcotraficante. De seguro en Rwanda sale semanal la versión local del Cardenal abogando contra la criminalidad y la inmoralidad.

De seguro está detenido el tiempo en el resto de la periferia, al igual que aquí, donde los sucesos se repiten uno arriba del otro sin la más mínima respuesta.

En el centro todo ocurre y todo cambia y todo pasa antes de que haya pasado. En el centro ya Venezuela se lanzo a la guerra y los bonos de Puerto Rico son basura. La verdad es múltiple y digital e imparable y mis sentidos de vil periférico solo pueden quedar inundados. Conozco solo la verdad que me vende Facebook y los tristes aullidos de algún twitero.

Las revoluciones y guerras se agarran de la mano de descuentos de Amazon y me confundo y nada reconozco como cierto. ¿Y en Dominicana qué? ¿Pasa algo en nuestro paraíso/infierno? ¿Te permites en tu abyecto corazón periférico saber algo, salir afuera y ver, sentir o actuar; rasgar la neblina  del cuento? Nunca lo he/has hecho, pero te prometo que existe, si existe una humanidad ahogada tras los anuncios de descuento en Ágora Mall, tras los ‘jingles’ de la Sirena.

Estoy en la periferia, tecleo teclas desgastadas en una computadora lenta, predicando humanismo en la “seguridad” de mi hogar. En el centro definen, miden, calculan y expulsan, un millón de expertos e investigadores dictaminando su vida. En la periferia me canso de escribir para veinte o treinta amigos que hagan caso a mi perorata. En el centro, divas sacarinosas te obligan a comprar teléfonos y te hacen llorar de la alegría por ello.

No se si quiero estar en el centro o en la periferia. No se si en verdad existan tales lugares. Solo se que de este lado de la tierra, vivir se siente como mirar por una ventana casi cerrada forzando la vista para reconocer la realidad al otro lado. Ya no es valido hablar de tercer mundo, porque los mundos son ajenos los unos de los otros. Todo el mundo se ve, todo el centro está visible ante nuestros desnudos ojos, reluciente, descargando su desecho en nuestros hogares y haciéndonos odiarnos por no ser como ellos.

No los odio. Ni siquiera se si son ese problemático “otro” que tantos filósofos mejores que yo comentan. Lo que se es que no los envidio. No quiero ser ellos. No quiero mirar de arriba hacia abajo, con afán de pendejo salvador o comerciante de miseria. No quiero ser gringo británico, ni gringo francés, ni gringo alemán, y mucho menos gringo gringo. No quiero ser un descojonado socialdemócrata del trópico o un pensador de élite dominicano.


Creo que seré yo, tecleando teclas desgastadas en una computadora vieja. Vil y abyecto a veces. Otras tantas orgulloso hombre. Otras tantas seré como tu.

jueves, 20 de febrero de 2014

Un Jodido en su Burbuja.

Tengo meses viviendo en la burbuja y admito que he sido feliz en ella.

La burbuja es aquel estado en el cual te rodeas solo de las noticias que quieres escuchar. No es el acto de selección inconsciente de información, que todos los seres humanos necesitan para sobrevivir. Es el acto consciente de exclusión de temas sociales y humanos en tu entorno, para una mayor comodidad y paz mental.

Admito que la burbuja es bella, es cálida y te libera de preocupaciones. Ha sido un respiro estar en ella. ¡Y bien lo tengo merecido! Mi excusa no puede ser mejor. Estoy recién casado, y voy a ser padre. Entre preparaciones de boda, mudanzas y nupcias, no me ha dado tiempo para nada más que vivir conmigo mismo y mi sagrada esposa, a salvo del universo en una burbuja de nuestra propia creación.

La burbuja es bella, es cálida  y te libera de preocupaciones.

Pero el espectro del ser humano se agazapa sobre mi. Ya intentaron meterse ladrones en mi casa. Ya voy a tener un hijo. ¡Un hijo! Un hijo que se merece no solo que yo le de una vida buena, sino una vida llena. Llena de amor, obvio, pero también llena de mi tiempo, llena de opciones y llena de responsabilidades.

¿Qué opciones le puedo dar aquí? ¿Qué responsabilidades puede aprender? ¿Seguiré en mi burbuja mientras las hormigas macondianas se llevan a mi hijo al abismo?

La respuesta es no, claro que no. Pero no es el ‘no’ de la huida sino el ‘no’ del esfuerzo. Que nadie merezca nacer jodido no significa que no nazcan, significa desjoder el entorno. Significa que las masas de jodidos e hijos de jodidos debemos vivir en nuestra realidad, reconocerla y aspirar a romperla, volverla una realidad nueva.


Significa que, aunque es bella, a mi burbuja le llega su agujita.